Acentos norteños rebotan por los pasillos de un céntrico hotel de la ciudad. Es la familia de Pepe al completo, recién llegada de La Coruña. El menor de la familia se casa con Elena, una guapísima cordobesa.

Son muchos los invitados que se han desplazado desde lejanas tierras hasta el sur para celebrar junto a sus amigos este gran día, bregando con unas temperaturas a las que para nada están acostumbrados.

Llega el día marcado a rojo en el calendario, y en casa de Elena nadie diría que hoy hay una boda. Se respira calma (o eso parece). Madre e hija comienzan los preparativos relajadas, disfrutando del momento. No muy lejos de allí, en el hotel, Pepe hace partícipes de tan emotivo momento a sus sobrinos, que disfrutan saltando y brincando en la cama junto al novio.

Un gentío comienza a arremolinares en los alrededores de la iglesia de La Compañía. Llega Pepe y comienza a saludar a los primeros en llegar, está pletórico. Toma a su madre de la mano y con gesto serio se dirige al altar, donde aguardará la llegada de Elena. «Tengo ganas de que llegue ya…», me dijo la novia unos días antes de la boda.

Y todo llega. Elena se baja del coche y se dirige hacia la iglesia ante la mirada atónita de sus sobrinos. Ha llegado el momento, la novia acude a reunirse con su prometido. Pepe fija su mirada en la entrada de la iglesia. Quién le diría que encontraría el norte de su vida en lo más profundo del sur.