Justo en el ángulo que forman la desembocadura del río Viar con el río Guadalquivir en la provincia de Sevilla, se encuentra un pequeño pueblo llamado Cantillana.

Durante la guerra, para evitar que las bombas dañaran la imagen de la Virgen de la Asunción, a la cual rinden devoción los cantillaneros, un buen hombre decidió llevársela y ponerla a salvo. Finalizada la guerra, devolvió la imagen sana y salva al pueblo de Cantillana.

Aquel hombre era el bisabuelo de Fátima. No es para menos pues, que cuando ella y Eduardo decidieron casarse, pensaron que el lugar idóneo era en Cantillana, a los pies de aquella imagen de la Virgen de la Asunción.

Fátima y Eduardo se conocen de hace muchos, muchos años. Pertenecían al mismo grupo de amigos, lo que ha hecho que tengan unos fuertes cimientos sobre los que construir su relación.

El día anterior a la boda, Fátima y Eduardo apartaron todo por un momento y se sentaron a charlar conmigo, sin prisa, dejando que los silencios dieran paso a las palabras.

En un momento dado, Eduardo me confesó: «Me ha enseñado a querer, a querer bien; …por eso solo podía ser ella»

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